lunes, 20 de octubre de 2014

Cementerio de la Recoleta

El Cementerio de la Recoleta es un famoso cementerio ubicado en el distinguido barrio de la Recoleta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina diseñado por Próspero Catelin y en donde se encuentran sepultadas el mayor número de personalidades del país.
El Cementerio de la Recoleta es una obra de arte en sí mismo.
La entrada principal es un pórtico formado por cuatro columnas de orden dórico griego sin base, concluido durante una de sus grandes reformas ordenada en 1881 por el entonces intendente de la Municipalidad, Torcuato de Alvear. Tanto el frontis exterior como el interior poseen inscripciones en latín. Del lado de afuera el mensaje es de los vivos a los muertos: Requiescant in pace, que significa: Descansen en Paz. Del lado de adentro el mensaje es de los muertos a los vivos: Expectamus Dominum, que significa: Esperamos al Señor.

Algunas historias del cementerio:
  • El amor mueve montañas, pero también puede inducir a la muerte. Elisa Brown, hija dilecta del almirante irlandés, esperaba el regreso de su comprometido, el comandante Francis Drummond, que luchaba contra el Imperio del Brasil a las órdenes de Brown. En la batalla de Monte Santiago, el joven muere heroicamente, en los brazos del almirante. El marino debe comunicarle la noticia a su hija de 17 años y le entrega el reloj que había pertenecido a su novio, última voluntad del joven.
Desgarrada, Elisa -algunos sostienen que ataviada con su malogrado vestido de novia- se sumerge en las aguas del Río de la Plata para reencontrarse con el alma de su amado. Los restos de la novia del Plata yacen en una urna detrás de la del marino, confeccionada con el bronce fundido -y la gloria- de uno de los cañones de su embarcación. 
  •  No los unía el amor, sino el desprecio. El mausoleo de Tiburcia Domínguez y su marido, Salvador María del Carril, uno de los promotores del fusilamiento de Dorrego, gobernador de San Juan y compañero de fórmula del General Urquiza, es una evocación para la posteridad de sus desavenencias conyugales. El suyo fue un matrimonio silencioso: no se dirigieron la palabra durante 30 años. No era indiferencia, sino odio, de ese tan pertinaz que, incluso, trasciende la muerte. Y para que ninguno de los dos lo olvidara, la viuda dejó constancia testamentaria de su voluntad: sus esculturas debían darse mutuamente la espalda. Ella, con gesto adusto, incómoda en un busto. El, confortable en un sillón, dirigiendo la mirada en sentido opuesto. Perpetuaron así su odio conyugal pos-morten. 
  • Liliana Crociati murió a los 20 años en su luna de miel en Insbruch. Un alud la sepultó junto a su marido en su cuarto de hotel en 1970. Ese mismo día, a 14.000 kilómetros de distancia, también murió Sabú, su perro adorado. Una escultura la evoca vestida de novia, con su pelo largo y suelto, secundada por su fiel mascota. En la bóveda, como una catacumba romana, ambientada como su dormitorio y lleno de fotografías, un sari rojo, comprado por ella en la India, cubre con la fuerza de una alegoría su lecho de muerte. 

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